La idiotez del "gasto social"
La realidad es que políticos que prometen distribuir la riqueza, acaban distribuyendo la pobreza
El poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente—Lord Acton
Una de las características indisputables del perfecto idiota latinoamericano, según la deliciosa polémica de Álvaro Vargas Llosa, Carlos Alberto Montaner y Plinio Apuleyo, es que se deleita en hacer “gárgaras con la palabra social”. Nos preguntamos qué diría esta trinidad ante la vergüenza del engendro tributario que nos acaban de imponer los virreyes hacendarios del ogro filantrópico.
Los regaños del Presidente se deberían de canalizar hacia el fabuloso despilfarro del gasto burocrático, no hacia los que, contra todo, procuran hacer más con menos en menor tiempo. Para ello, habría que revisar las premisas de la figura más carente de lógica económica y de contenido social dentro de la plutocracia pública—el “gasto social.”
Los aumentos exponenciales en “gasto social” en el presupuesto federal, en casi veinte años de gárgara ideológica, no se han reflejado en una disminución de pobreza. Al contrario, la participación de los que menos tienen en el ingreso nacional ha caído, a la vez que la proporción de intermediación burocrática en la distribución del gasto social ha alcanzado hasta un 75% del botín. Así es el negocio de vivir del erario.
Entonces, ¿porqué los políticos siguen amparando sus gestiones fiscales en la mentira genial que el combate a la pobreza depende de más “gasto social”? Pues, porque el que parte y reparte se queda con la mejor parte. O, para que no nos acusen de vulgar, porque el poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente.
Sería infinitamente más eficiente, e infinitamente más caritativo, si los recursos que se destinan al gasto social se repartieran, directamente, a las cinco millones de familias más pobres del país. Recursos que se devoran burócratas estarían en manos de las familias más necesitadas. La intermediación burocrática del gasto social no tan sólo priva a estas familias de una oportunidad de financiamiento, sino de la libertad de elegir el uso de recursos que supuestamente se tienen marcados para ese destino.
Empero, algo así atentaría contra el mercado de rentas gubernamentales. Para poder destinar recursos al gobierno, es necesario primero retirarlos de la sociedad. Esto implica no la creación de riqueza, sino la transferencia de la misma.
Para variar, cuando hacen falta recursos, nos suben el precio impositivo; y si nos quejamos, nos regañan. Pero la realidad es que políticos que prometen distribuir la riqueza, acaban distribuyendo la pobreza.
Una de las características indisputables del perfecto idiota latinoamericano, según la deliciosa polémica de Álvaro Vargas Llosa, Carlos Alberto Montaner y Plinio Apuleyo, es que se deleita en hacer “gárgaras con la palabra social”. Nos preguntamos qué diría esta trinidad ante la vergüenza del engendro tributario que nos acaban de imponer los virreyes hacendarios del ogro filantrópico.
Los regaños del Presidente se deberían de canalizar hacia el fabuloso despilfarro del gasto burocrático, no hacia los que, contra todo, procuran hacer más con menos en menor tiempo. Para ello, habría que revisar las premisas de la figura más carente de lógica económica y de contenido social dentro de la plutocracia pública—el “gasto social.”
Los aumentos exponenciales en “gasto social” en el presupuesto federal, en casi veinte años de gárgara ideológica, no se han reflejado en una disminución de pobreza. Al contrario, la participación de los que menos tienen en el ingreso nacional ha caído, a la vez que la proporción de intermediación burocrática en la distribución del gasto social ha alcanzado hasta un 75% del botín. Así es el negocio de vivir del erario.
Entonces, ¿porqué los políticos siguen amparando sus gestiones fiscales en la mentira genial que el combate a la pobreza depende de más “gasto social”? Pues, porque el que parte y reparte se queda con la mejor parte. O, para que no nos acusen de vulgar, porque el poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente.
Sería infinitamente más eficiente, e infinitamente más caritativo, si los recursos que se destinan al gasto social se repartieran, directamente, a las cinco millones de familias más pobres del país. Recursos que se devoran burócratas estarían en manos de las familias más necesitadas. La intermediación burocrática del gasto social no tan sólo priva a estas familias de una oportunidad de financiamiento, sino de la libertad de elegir el uso de recursos que supuestamente se tienen marcados para ese destino.
Empero, algo así atentaría contra el mercado de rentas gubernamentales. Para poder destinar recursos al gobierno, es necesario primero retirarlos de la sociedad. Esto implica no la creación de riqueza, sino la transferencia de la misma.
Para variar, cuando hacen falta recursos, nos suben el precio impositivo; y si nos quejamos, nos regañan. Pero la realidad es que políticos que prometen distribuir la riqueza, acaban distribuyendo la pobreza.
Por Roberto Salinas
Post RLB Punto Politico.