julio 28, 2012

Anulación electoral, imposible + Tendría que ser toda la elección


La solicitud de anulación de la elección presidencial que hizo el equipo jurídico de Andrés Manuel López Obrador será negada en tribunales. Pero no por razones políticas sino de procedimiento: es imposible anular solamente la votación de presidente de la república en una elección que involucró otras votaciones federales y estatales.

Por tanto, los márgenes de maniobra del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación serán estrechos. No hay forma de separar la elección de presidente de la de diputados federales y senadores y de gobernadores pues todos se dieron en la misma casilla, con los mismos electores y con los mismos funcionarios electorales.
De ahí la radicalización adelantada del programa de lucha de López Obrador para impedir la calificación de Enrique Peña Nieto y de descalificar una elección donde hubo dos millones de ciudadanos a cargo y donde en la elección presidencial perdió el partido en el poder. Y a ello se agrega el hecho de que la ventaja del PRI fue de casi 7 puntos porcentuales y 3.4 millones de votos.
Pese a esas certezas del proceso electoral, de todos modos López Obrador buscará mantener la radicalización de su movimiento para no aceptar la derrota y para culpar a los demás de la falta de votos a su favor. Por lo pronto, el tabasqueño está dejando sueltos a los grupos radicales para pasar a la violencia en protestas y en tomas de empresas privadas como una forma de cohesionar la fortaleza del grupo disidente.
El error del equipo jurídico de López Obrador en su  impugnación radicó en el hecho de centrarse sólo en la elección presidencial, pero con datos reveladores de que el mismo votante que supuestamente fue comprado por el PRI votó a favor del PRI en la presidencial pero en contra del PRI en las legislativas federales. Jurídicamente es imposible encontrar una explicación documentable --como lo estableció Mauricio Farah en su análisis publicado en Milenio el pasado lunes 12 de julio--: el voto diferenciado en las preferencias en una misma votación significó un voto razonado que indicó una capacidad de decisión del elector al margen de las supuestas compras de su conciencia.
En este sentido, de ser cierta la queja de López Obrador, el voto por el PRI debió de haber sido el mismo en los cuatro niveles: presidente de la república, senadores, diputados federales y gobernadores y jefe de gobierno. Pero en el DF, por ejemplo, el candidato del PRD Miguel Angel Mancera tuvo más votos que López Obrador y que Peña Nieto y en términos generales.
El razonamiento de Farah es fundamental y se explica en los datos oficiales:
--A nivel de presidente de la república el PRI sin alianza tuvo 28.94% de los votos, el PRD sin alianza alcanzó 19.37 y el PAN llegó a 24.49.
--En la votación de senadores, el PRI sacó 31.25%, más que Peña Nieto, el PRD llegó a 18.56%, menos que López Obrador, y el PAN tocó techo con 26.28% de los votos, menos de un punto más que Vázquez Mota.
Las cifras comparativas hacen trizas el argumento desesperado de López Obrador de que Peña Nieto había comprado los votos; en todo caso, debería reconocer que el PRD y el PAN fracasaron en la construcción de una alternancia anti PRI y el votante decidió una alternancia hacia el PRI que había destronado en el 2000.
Los datos diferenciados de las votaciones de presidente, senadores, diputados federales y gobernadores-jefe de gobierno del DF no checan con la argumentación retórico de López Obrador; sirven esos apasionamiento, eso sí, para calentar la plaza y ofrecerle a sus seguidores el argumento del fraude. El problema de López Obrador es que su acusación de fraude es jurídicamente inconsistente, aunque políticamente capitalizable ante masas que ya veían a su líder despachando en Los Pinos y no como “presidente legítimo” en el zócalo de la ciudad de México.
La única manera que tiene López Obrador de fundamentar su acusación de fraude --sin contar con las pruebas que pasen la prueba jurídica en los tribunales, cuyos funcionarios fueron electos en el congreso por los partidos y sin intervención presidencial-- sería con la aplicación de la propuesta de Adolfo Gilly: que todos, pero absolutamente todos, los candidatos triunfadores del PRD se nieguen a asumir el cargo que les dieron las urnas bajo el argumento de que fueron elecciones fraudulentas.
La protesta de López Obrador  calentaría la política si en su momento Miguel Angel Mancera, los jefes delegacionales electos y el poder legislativo del DF rechazaran los cargos y dejaran las instancias de gobierno sin titulares. De otro modo, los magistrados del tribunal electoral no podrán explicar la anulación de la elección presidencial que denunció López Obrador, si los demás perredistas electos ya recibieron su constancia de mayoría y se disponen a tomar posesión de sus cargos.
Lo de menos es el asunto político o, podrían decir los lopezobradoristas, la falta de solidaridad de los perredistas electos. El asunto es jurídico: ¿cómo determinar que hubo fraude en la elección de presidente si existió voto diferenciado y razonado en el electorado al votar por diferentes partidos en la misma casilla y en elecciones de otros niveles?
El error jurídico de López Obrador fue haber solicitado la anulación de la votación presidencial sin tomar en cuenta las otras votaciones. Farah le recuerda a López Obrador los datos: en el 2012 subió 1.1 millones sus votos con respecto al 2006, pero ante un aumento de más de 8 millones de votantes en un sexenio; es decir, sólo convenció al 13% de los nuevos votantes.
El voto diferenciado es la prueba de que el electorado voto como quiso.
Por Carlos Ramírez.
Post RLB. Punto Político

julio 24, 2012

1982-2018: sexenios sin PRD + Por estridencia pierden poder


El principal mensaje que ha dejado la enésima protesta poselectoral de Andrés Manuel López Obrador es el indicio de que el PRD quedará otra vez al margen de la toma de decisiones por sexto sexenio consecutivo.

Por tanto, la conclusión en sencilla: el PRD de López Obrador no lucha por la construcción de un país desde su porcentaje electoral sino que sus batallas sereducen a la disputa por espacios personales de poder vía elecciones.

De ahí que las grandes reformas que ha realizado el país desde el colapso económico de 1982 se hayan hecho no sólo sin el PRD --fueron priístas hasta 1987--, sino a pesar de la oposición perredista. Antes que propuestas de fondo negociadas en las instancias institucionales, el PRD ha reducido su forma de lucha a la protesta en la calle y a la toma de la tribuna legislativa.
Lo que viene es otro sexenio sin el PRD. Y aquí se ha publicado aquella acusación que hizo Jesús Reyes Heroles al Partido Comunista Mexicano el día en que esta organización socialista presentó su solicitud de registro como partido legal: “la derechización de un régimen es responsabilidad de la izquierda”.
A lo largo de esos sexenios, el PRD ha disminuido su lucha a la mínimaexpresión de reconocimiento de triunfos electorales. Pero se ha quedado sin nada: no le han reconocido victorias presidenciales y tampoco ha entrado en el sistema de toma de decisiones institucionales para las reformas.
Por falta de una izquierda --socialista, progresista o hasta neopopulista--, el país sólo ha experimentado reformas neoliberales: la del Estado, la de la política económica, la de las privatizaciones y la de la prioridad macroeconómica. De ahí que haya una especie de corresponsabilidad del PRD en la cifra de pobres en los últimos cuarenta años porque el perredismo se la ha pasado luchando por sus pedazos de pastel electorales y ha soslayado propuestas para combatir la pobreza y la desigualdad social.
Los otros mensajes que ha enviado la ciudadanía pesan sobre la oposición neopopulista-caudillista como una lápida: la primera alternancia presidencial pacífica durante el reinado priísta se hizo hacia la derecha, hacia el PAN, a pesar de las luchas de la izquierda por la democracia; y la segunda alternancia democrática se dio para regresar al PRI a la presidencia de la república, a pesar de la lucha perredista contra el pasado. La ciudadanía no confía en el PRD para entregarle la presidencia de la república.
De ahí que López Obrador haya entendido las señalas sociales y por eso haya concluido que la única forma que tiene él y su fracción perredista para alcanzar el poder presidencial es a través de la insurrección callejera, sólo que con una base política previsible, limitada y centrada en el lumpenproletariado, la lumpenburguesía y ahora el lumpenestudiantado, pero olvidando que necesita un partido que sí tenga incidencia en las disputas por el poder.
Lo que queda de esta enésima protesta poselectoral de López Obrador es la percepción de que de nueva cuenta desconocerá el proceso institucional y obligará al PRD a no reconocer la presidencia de Enrique Peña Nieto durante el sexenio, pero condenando otra vez al PRD a auto excluirse de la toma de decisiones en las reformas: lo de menos es burlarse de los acuerdos PRI-PAN si en realidad son las fuerzas que están ya decidiendo las reformas estructurales.
En los cortes de caja sexenales, el PRD expriísta podrá entregar cuentas de su coherencia política al negarse a avalar decisiones del poder, pero en su haber sigue acumulando el pasivo de su auto exclusión en las reformas: como izquierdanada hizo para evitar el programa de ajuste del gobierno de De la Madrid y la cesión de soberanía económica al FMI y al Banco Mundial y se la pasó protestando en el sexenio de Carlos Salinas mientras el priísmo neoliberal hacía la reforma del Estado, privatizaba las empresas públicas e integraba la economía mexicana en el furgón de cola de la economía estadunidense.
En el sexenio de Zedillo el PRD buscó, durante la presidencia partidista de López Obrador, aliarse al PRI para reformas del Estado que consolidaban el modelo neoliberal de desarrollo, a cambio de algunas concesiones políticas. Esa etapa fue calificada por Heberto Castillo como la de la lombardización del PRD, es decir, el modelo de Lombardo Toledano de una izquierda aliada al PRI para defender posiciones nacionalistas. En el sexenio de Fox, López Obrador utilizótodos los recursos del Estado para construir su candidatura presidencial y para administrar la ciudad con los métodos priístas del pasado.
Y en los sexenios de Calderón y el que viene de Peña Nieto, el PRD de López Obrador de nueva cuenta se marginará del sistema político con el argumento de que le robaron las elecciones pero sin atreverse a una ruptura institucional. Lo peordel asunto es que López Obrador encabeza un movimiento antisistémico definido como antineoliberal y como tal tiene posiciones qué defender, aunque al abandonar la relación con el PAN, con el PRI y con el presidente de la república también le ha dejado toda la libertad al PAN y al PRI para tomar la decisiones de reformas dentro del sistema institucional que van en contra de los ideales del neopopulismo lopezobradorista.
Así, López Obrador ha ganado la batalla política de desconocer el sistema institucional coronándose inclusive como “presidente legítimo” y gobierno para-lelos, pero a costa de quedarse fuera de las reformas que han negociado el PRI y el PAN y que se han aplicado por la ley democrática de la mayoría. Otra cosa, sin duda, hubiera sido un PRD con 30% electoral durante el sexenio de Calderón con suparticipación más activa en el congreso. Pero el electorado le mandó otro mensaje a López Obrador: un PRI con el 40% de voto presidencial, 7 puntos de ventaja sobre el PRD.
El verdadero fracaso de López Obrador no es electoral sino de partido porque ha desperdiciado el tercio de poder electoral del PRD en las decisiones de reformas y lo ha llevado a la calle sólo a protestar contra fraudes inexistentes.
Por Carlos Ramirez
Post.RLB.Punto Político.