Un virus llamado Maciel
Se descargó la tormenta que se ha ido formando a lo largo de los últimos años en Roma y que se convirtió en un diluvio de decisiones de la Iglesia católica.
Las mismas nubes que alguna vez iluminaron o ensombrecieron los pensamientos de Julio César, Mussolini o Karol Wojtyla han acompañado a Benedicto XVI, antes cardenal Ratzinger, hoy y siempre, el alemán serio destinado a hacer lo que hubiera que hacer en defensa de su interpretación de su fe y su Dios.
Ahora se trataba de los legionarios, de la única vez que México, como signo de los nuevos tiempos, había producido, dada su influencia por su importancia en la Iglesia católica, un movimiento que alcanzó una repercusión mundial.
La semana pasada todos lo que por una u otra causa estábamos en el Vaticano cuando esto llegaba a su final, vimos que el problema era poner un hasta dónde, y se sentía que ésta ha sido la más dura lucha a la que se han enfrentado en los últimos años los responsables de la Iglesia; hasta el propio hermano del Papa se ha visto inmiscuido en la pugna generalizada en que se convirtió la resolución del tema de los legionarios con la autodenuncia y las pruebas encontradas, con lo mejor, lo más exquisito, lo más secreto del Vaticano en relación al comportamiento de la santa madre Iglesia y la pederastia.
El planteamiento era muy sencillo, si todos estamos enfermos de lo mismo, en nombre de qué me podrás castigar. El desafío ha sido tan grande que hasta la salud de Benedicto XVI ha salido gravemente dañada.
El sábado en una decisión que por razones muy diferentes marcará, sin duda alguna, a su papado, Benedicto XVI hizo verdad aquello de si tu mano izquierda es la pecadora córtatela con la derecha.
En el Vaticano sólo preocupaba una cosa: hasta dónde se lleva la responsabilidad, ya no del muerto Maciel, que tanto daño hizo en vida y sigue haciendo en muerte, sino de todos los que le acompañaron. La Iglesia que si de algo tiene experiencia es de instruir procesos, recuérdese la Inquisición, ha decidido con su propia carne, con su propia sangre y su propia familia, cortar la gangrena del daño moral del abuso sobre los niños. Si eso es verdad, es un cambio que sin la menor duda llegará más pronto que tarde a México.
El sábado en una decisión que por razones muy diferentes marcará, sin duda alguna, a su papado, Benedicto XVI hizo verdad aquello de si tu mano izquierda es la pecadora córtatela con la derecha.
En el Vaticano sólo preocupaba una cosa: hasta dónde se lleva la responsabilidad, ya no del muerto Maciel, que tanto daño hizo en vida y sigue haciendo en muerte, sino de todos los que le acompañaron. La Iglesia que si de algo tiene experiencia es de instruir procesos, recuérdese la Inquisición, ha decidido con su propia carne, con su propia sangre y su propia familia, cortar la gangrena del daño moral del abuso sobre los niños. Si eso es verdad, es un cambio que sin la menor duda llegará más pronto que tarde a México.
Al final sólo queda un recuerdo para todos los padres, madres y familiares que mandaron a sus hijos a las manos del monstruo pensando que se lo encargaban a un ángel. El daño es irreparable y marcará lo que será el futuro de la relación con un país tan estimado, tan potencial, tan importante como lo es México para la Iglesia católica. Por lo demás, aclaradas las complejidades del anterior papado con Maciel es de esperar el desencadenamiento de una serie de acciones legales no sólo fuera sino también en México contra los cómplices de Maciel, habiendo en la mesa billones de dólares de los legionarios.
Ratzinger con esta decisión prácticamente ha concluido su papado.
Ratzinger con esta decisión prácticamente ha concluido su papado.
Por Antonio Navalón
Post RLB. Punto Politico.