julio 30, 2012

AMLO gramática de democracia + Quiere cambiar forma de gobierno


A pesar de tener la licenciatura en ciencia política de la UNAM, Andrés Manuel López Obrador está confundiendo los términos de su lucha: lo que pelea no es la democracia como filosofía política sino como mecanismo procedimental.

Lo malo es que está alzando a las masas en un Plan Nacional de Defensa de la Democracia pero mañosamente habla del concepto de democracia como forma de gobierno cuando su insatisfacción es con el procedimiento de elección de gobernantes.

En el fondo y a partir de su formación como agitador social, López Obrador está desprestigiando la democracia representativa para privilegiar su modelo de democracia directa. El asunto no es nuevo: lo trató en 1993 el politólogo Giovanni Sartori --que conoce perfectamente México-- al señalar que la democracia representativa es un sistema de suma positiva en la que todos ganan, en tanto que la democracia directa es un juego de suma cero en la que todos pierden.
Al lanzarse contra las instituciones electorales que fueron reformadas por la sociedad y sus partidos y sin intervención del gobierno, López Obrador está destruyendo la credibilidad y por tanto la existencia de las instituciones básicas de la democracia, aunque tramposamente lo hace en nombre de la democracia.
La confusión del candidato presidencial perredista derrotado radica en el concepto de democracia como procedimiento de relevo de gobernantes por la vía del voto y por tanto como ejercicio democrático, pero lo condiciona a la democracia de plaza, de mano alzada y directa que él ejerce desde la masa como presentante única de la sociedad. La democracia representativa es el único mecanismo que garantiza el modelo de democracia que reconoce la pluralidad y ésta se acomoda vía los procesos electorales.
Paradójicamente, la democracia directa es la que establece la condición de menos democracia que la representativa. Lo señaló Sartori en su libro ¿Qué es la democracia?, por cierto circulado en 1993 en México en una coedición del Tribunal Federal Electoral y el Instituto Federal Electoral: “la democracia directa termina  por ser suma nula y, por tanto, un mecanismo que a) agrava los conflictos y que b) activa el principio mayoritario absoluto”.
La democracia representativa es la que refleja la pluralidad de la sociedad a través de la representación de todas las fuerzas políticas; por eso unas ganan y otras pierden pero en las estructuras de reparto de posiciones de poder todas las fuerzas obtienen sus parcelas. La democracia directa impone el principio del poder como poder coercitivo y dominante porque excluye a las minorías.
López Obrador confunde la democracia con el reconocimiento a sus denuncias, pero sin respetar los procedimientos que los grupos plurales se dieron desde 1996 cuando le quitaron la estructura electoral al gobierno y al Estado priísta. La democracia como mecanismo procedimental cumple con requisitos y sobre todo con reglas: campañas, elecciones, conteo, denuncias, resultados finales, desahogo de quejas y la parte más importante del proceso electoral como ejercicio directo de la democracia: la aceptación de resultados.
Muy a su estilo, López Obrador ha llevado al país a unas de las falacias del poder absolutista del cesarismo: condicionar la existencia de democracia a su victoria electoral; y si no gana, entonces no hay democracia. La gramática de la democracia lopezobradorista es absolutista, dictatorial, cesarista y sobre todo personalista. Lo contradictorio del asunto es que el PRD ha participado activamente en todas las reformas electorales y que fue pieza clave en la de 2007-2008 para supuestamente corregir las irregularidades de la elección presidencial del 2006 y ahora es el PRD el que hace alianza con López Obrador para liquidar los mecanismos democráticos existentes.
Para López Obrador, la defensa de la democracia consiste en atacar a las instituciones electorales de la democracia; pero el PRD y el tabasqueño tuvieron representantes en el IFE y participaron en la elección de consejeros electorales y magistrados electorales. Así, defender la democracia consiste, para el lopezobradorismo, en obligar a las instituciones democráticas a romper con sus reglas jurídicas estrictas para las que fueron creadas.
La democracia se defiende con democracia, es decir, con sus propias reglas aprobadas por todas las fuerzas políticas, en tanto que la no-democracia es la exclusión de la pluralidad social para beneficiar al que llene las plazas de masas aunque no llene las urnas.
Por tanto, López Obrador es un renegado de la democracia, aunque en nombre de la democracia. La única defensa de la democracia es la que protege las reglas e instituciones aprobadas; pero el PRD y el PAN de Madero quieren definir sus propias reglas democráticas. Si las instituciones judiciales electorales no responden a las expectativas, entonces el camino es el legal: de la ley a la ley. El PRD y el PAN de Madero han tenido años para reformas las instituciones, han participado en algunas reformas y nada hicieron para evitar las presuntas irregularidades de las pasadas elecciones presidenciales.
La estrategia de López Obrador es la de movilizar a sus masas contra las instituciones electorales para destruirlas y entonces erigir sobre sus cenizas la democracia directa que impone, diría Sartori, el “principio mayoritario absoluto”. Paradójicamente fue el mismo mecanismo político absolutista del PRI anterior a la democratización electoral. El PRD avaló el actual sistema institucional electoral que garantiza la participación democrática, porque aun suponiendo la compra de votos el elector depositó sin coerciones su boleta en libertad. Por ello la siguiente reforma electoral debe penalizar las formas de compra de votos, pero sin destruir el sistema electoral ni condicionarlo al cesarismo.
López Obrador quiere ganar sobre la destrucción del sistema democrático existente. Todo esto lo enseñan en ciencia política, pero López Obrador tardó más de quince años en titularse. Por algo sería.
Por Carlos Ramírez.
Post RLB. Punto Político

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