AMLO como Fox: ¿y yo por qué? + No política sino fundamentalismo
Si el lenguaje condenatorio de López
Obrador ha soltado a los demonios de la violencia política
aunque él siga el camino de Vicente Fox diciendo “¿y yo por
qué?”, el fondo de la agresión contra Soriana y Televisa es más complejo y se
localiza ya en los linderos del fundamentalismo como
comportamiento político.
PRD atacando a las instalaciones de Soriana
Con sus discursos incendiarios, el
candidato presidencial perredista derrotado ha estimulado los resortes de
fanatismo entre sus seguidores: ya no hay forma de entablar debates o
razonamientos, aún los más conservadores o formalistas, porque todo es un acto
de fe y todo se localiza en el modelo binario del maniqueísmo.
Si la democracia es un
mecanismo procedimental para garantizar legalmente el acceso
al poder por el voto y también una forma de gobierno basada en
el ejercicio del poder con objetivos de estabilidad social, López Obrador ha
convertido la democracia en un hecho religioso, es decir, en
una creencia basada en designios divinos. Por eso ha preferido la condena
pública que azuza las pasiones que el razonamiento jurídico
que debe pasar por los tamices de las leyes que los humanos se han dado a sí
mismos para regular la convivencia.
El discurso anti fraude
de López Obrador se basa en la tensión dinámica del bueno y el malo, en el
contexto de la sociedad suma cero: lo que gana uno lo pierde otro y viceversa,
aunque al final todos pierden. La democracia es el juego de
suma positiva en la que todos ganan, unos más que otros. La suma
cero es el discurso de los anatemas, de la religión furiosa. López Obrador fijó
en el conciente colectivo a Soriana como una de las empresas,
según él, responsables de su derrota, por lo que era lógico que
aparecieran agresiones contra esa tienda.
Y en el DF, ante la
pasividad del gobierno perredista del DF --todavía a cargo del “secretario de
Gobernación del gabinete de López Obrador”, Marcelo Ebrard--, seguidores fanatizados
del tabasqueño se metieron a algunas tiendas a realizar acciones de sabotaje y
de agresión, de la misma manera que el ala lopezobradorista
del YoSoy132 efectuó un ataque de agresión
física contra Televisa y contra varios de sus empleados.
Hace tiempo que López
Obrador dejó de ser un político y se convirtió en un líder de
pasiones humanas, en un Profeta. Las pistas del
papel terrenal del tabasqueño se localizan en su texto “Fundamentos para
una república amorosa”, publicado en La Jornada el 6 de
diciembre del 2011 . Más que
lo amoroso, la palabra clave de ese documento está en el concepto de “fundamentos”.
El pensamiento político de
López Obrador es fundamentalista, es decir, plantea sus propuestas
como la base, el origen o el fundamento de una nueva etapa. Los resortes del
fundamentalismo, como señalan los italianos Enzo Pace y Renzo Guolo en Los
fundamentalismos, están basados en el fanatismo religioso. El líder
fundamentalista “se esforzará por crear acciones de protesta y formas
de lucha política que siempre dejen entrever las referencias
simbólicas religiosas”.
Asimismo, explota el llamado síndrome del
enemigo, sea éste el adversario partidista, el gobernante o el sistema
político que combate: el pluralismo democrático que somete a
elección abierta a los dirigentes, el Estado dominante. “Los movimientos
fundamentalistas a menudo interpretan un deseo social emergente” y lo
explotan y proyectan para la cohesión y la movilización. Asimismo, no razonan
reglas de convivencia sino que quieren imponer sus propias razones
como las fundamentales.
De igual manera, los
movimientos fundamentalistas son antidemocráticos porque no pasan
por la prueba de los votos de la mayoría, creen como acto de fe que siempre
ganan y reaccionan con violencia cuando reciben pruebas de su condición minoritaria.
Y cuando ello ocurre, su pasión los lleva a desconocer las
reglas del juego de la legalidad democrática que se comprometieron a respetar,
pero, eso sí, con el argumento de que les robaron las elecciones.
El motor de sus argumentos siempre es el de la degeneración de la
sociedad, por lo que López Obrador habla de regeneración y
relaciones determinadas por “la honestidad, la justicia y el amor” y no la
lucha de clases. Y cuando hay violencia afirma que los líderes no son
responsables sino que la sociedad está harta.
Mientras la política se rige
por las preferencias, los movimientos fundamentalistas religiosos o
políticos pero basados en el maniqueísmo se mueven por pasiones de
la fe. Por eso dice López Obrador en su texto “Fundamentos…”: “cuando hablamos
de una república amorosa, con dimensión social y grandeza espiritual,
estamos proponiendo regenerar la vida pública mediante
una nueva forma de hacer política, aplicando en
prudente armonía tres ideas rectoras: la honestidad, la
justicia y el amor”.
Al fundamentar sus
fundamentos, el tabasqueño acude a la lectura superficial de los federalistas
estadounidenses, pero sin entender que ahí se trató de una
parte de la doctrina religiosa de los protestantes capitalistas y que el
problema no era la meta de “fomentar la felicidad” sino que formaba parte de la
doctrina del “destino manifiesto” que explotó en un expansionismo capitalista
destruyendo a los indios y apropiándose, entre otras, de la mitad
del territorio mexicano; amorosos y todo, fueron imperialistas.
También López Obrador citó el postulado de la felicidad en la Constitución de
Apatzingán de 1814, pero es la misma que impuso como
obligatoria la religión católica para el Estado.
Finalmente, el
fundamentalismo de López Obrador es anticientífico y
justificador de la explotación porque dice que “la inmoralidad es
la causa principal de la desigualdad”, cuando la desigualdad
es producto de la lucha de clases por la apropiación de la riqueza. Ahí justifica el
líder de la autodenominada izquierda que los burgueses son inmorales y
pecadores y no explotadores.
Por Carlos Ramírez
Post. RLB. Punto Político
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